Alejandro Grimson y Sergio Balardini reflexionaron, en clave histórica, sobre las juventudes y la Universidad.

El jueves 31 de mayo se llevó a cabo el cuarto y último encuentro del ciclo “A 100 años de la Reforma”, organizado por la UNAHUR, y que pronto será compilado y publicado en formato libro. En esta ocasión, las exposiciones estuvieron a cargo de Sergio Balardini, investigador de FLACSO y docente del Seminario de Culturas Juveniles (UNAHUR), y de Alejandro Grimson, investigador del CONICET y docente de la UNSAM.

Durante la presentación, Jaime Perczyk, rector de la UNAHUR, señaló que “el centenario de la Reforma es un hecho trascendental que la Universidad no puede pasar por alto: somos hijos de esas luchas, de esas conquistas”. En esta línea, consideró que el camino abierto en 1918 por “un grupo de estudiantes que se rebeló contra una oligarquía de profesores” hizo posible otras conquistas como el desarancelamiento de los estudios superiores, en 1949; la discusión de un proyecto nacional para la Universidad, en la década de 1970; y el crecimiento presupuestario de la Universidad a partir de 2003. “Todo eso hay que discutirlo –dijo Perczyk– para entender por qué hay una Universidad Nacional en Hurlingham, aunque haya algunos que no lo entiendan”. Y les dijo a los estudiantes: “tienen derecho a tener una Universidad, como lo tienen tantos otros argentinos y hermanos de nuestro país”.

La preocupación frente al cuestionamiento a las nuevas universidades fue retomada por Alejandro Grimson, quien afirmó que “cien años después del estallido de imaginación que fue la Reforma Universitaria, en mayo de 2018 asistimos a la completa ausencia de imaginación política y cultural acerca del futuro de la Universidad argentina”. Para el investigador del CONICET, considerar –como lo hacen algunas de las principales autoridades políticas del país– que la educación universitaria es una actividad propia de las elites reinstala la posibilidad de que el conocimiento sea considerado una mercancía y no un derecho básico de los sujetos. Este avance mercantilizador –explicó Grimson– “intenta colocarnos a todos nosotros y nosotras a la defensiva para que tengamos que concentrarnos en conservar lo que hemos conquistado y no podamos soñar con construir un futuro mucho mejor, mucho más democrático, mucho más plural, mucho más justo del que tenemos hoy”. Por otro lado, frente a la visión eficientista propia del neoliberalismo, que cree que la tarea de la Universidad es producir graduados, Grimson sostuvo que esa tarea debe consistir, “en facilitar el acceso al conocimiento”, y agregó: “Nosotros sabemos que –más allá de la obtención o no del título– cualquier persona que tenga una experiencia universitaria de uno, dos o tres años tiene una visión del mundo que ya fue tocada por otro tipo de experiencia que solo se vive dentro de las universidades públicas”. Finalmente, propuso abordar la Reforma de 1918 como punto de partida para reflexionar acerca de “cómo construir utopías que impliquen que el conocimiento esté para todas y todos al alcance de la mano”.

Por su parte, Sergio Balardini también planteó una lectura de la Reforma Universitaria en relación con el presente. Para esto, centró su exposición en las bases ideológicas y “juvenilistas” de la Reforma y puso de relieve las condiciones en que aquellos jóvenes pudieron pensarla y llevarla adelante. Además de las disputas sociopolíticas de comienzos del siglo XX, Balardini mencionó también los “enormes cambios tecnológicos y descubrimientos científicos que impactaron en el imaginario y en la vida cotidiana de las personas y que produjeron una escena novedosa: llevaron a que los jóvenes percibieran la sociedad en términos distintos respecto de cómo la percibían los adultos”. Para el docente, es la combinación de los factores sociopolíticos y tecnológicos la que “genera las condiciones y el malestar juvenil que lleva a un activismo protagónico”. Este activismo, desde la perspectiva de Balardini, estaba signado por la utopía, “impregnado de esperanza en el futuro y de la certidumbre de un mundo mejor”. Sin embargo, destacó, “desde fines del siglo XX tenemos lo contrario: incertidumbre de un mundo mejor. Parecería que nos quedamos sin utopías, que las nuevas generaciones carecen de las utopías que tuvieron otras generaciones de jóvenes y que las llevaron a tener un rol protagónico”. Frente a este escenario, llamó a reconstruir un horizonte utópico, “una nueva potencia imaginativa, que debe venir de los más jóvenes, quienes deben ser capaces de disputar, de producir nuevas ideas, de imaginar”. Y concluyó: “no hay utopía posible si no se puede soñar”.